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Resumen:
El paisaje es de los géneros pictóricos más conocidos, practicados y apreciados a nivel mundial. La mímesis juega un rol protagónico en su tradición. Sin embargo, existe otra paisajística mucho más conceptual, desde una visión diferente de hacer y pensar el arte. Esta es la dirección de Herbaria, exposición mostrada en el CDAV. El texto crítico destaca cómo la exposición ofrece un paisaje «otro», visto como un proceso intelectivo reflejo del mundo circundante o construcción de nuevas realidades.
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El paisaje cataloga entre los géneros pictóricos más conocidos,
practicados y apreciados a nivel mundial. Hizo «entrada» a la historia
del arte occidental en el llamado arte rupestre, y su poderoso influjo
se ha extendido hasta la actualidad. No hay ismo, movimiento o tendencia
que se haya resistido a sus encantos. Sabido es que la producción
simbólica cubana de todos los tiempos cuenta con notables paisajistas,
entre ellos Tomás Sánchez, Annia Toledo, José Perdomo, Luis Enrique
Camejo y Jorge López Pardo: creadores de amplia experiencia y reconocida
trayectoria. Asimismo, entre las nuevas generaciones destacan las
poéticas de Frank Mujica, Marlon Portales y Gabriel Sánchez Toledo,
quienes se apropian de códigos propios del abstraccionismo y el
expresionismo para construir o reproducir ambientes borrascosos, cuasi
oníricos, permeados por la subjetividad de cada creador.
La
vertiente más tradicional del paisaje está íntimamente relacionada con
las características topográficas de determinado contexto. En ella, la
mímesis o copia del entorno juega un rol protagónico. Sin embargo,
existe otra paisajística, mucho más conceptual, que busca ofrecernos una
visión diferente, provocadora, dialógica con otras formas de hacer y de
pensar el arte. En este sentido, destaca Herbaria, exposición colectiva
acogida en las salas del capitalino Centro de Desarrollo de las Artes
Visuales (CDAV).
Curada y museografiada por Caridad Blanco y
Guillermo E. Rodríguez, la muestra reúne un amplio número de creadores
cubanos y puertorriqueños interesados en establecer nexos entre el
paisaje y la instalación, dos manifestaciones o lenguajes estéticos
aparentemente dispares.
Destacan en particular The Pure Land, de
Yornel J. Martínez: pieza compuesta por un mapamundi transformado en un
hijo o cordel tensado entre dos paredes, que discursa sobre los
conflictos políticos, migratorios y fronterizos que actualmente sacuden
al planeta. En cuerda similar encontramos Iris, video-instalación de
Javier Bosques que muestra a la madre del artista creando un arcoíris al
asperjar en derredor potentes chorros de agua mientras usa un pulóver
cuyas divisas remiten al recién culminado proceso de excarcelación de
prisioneros políticos boricuas. El simbolismo del espectro solar
descompuesto en siete colores, muy presente en sistemas
mítico-religiosos a nivel mundial, retoma aquí sus vínculos semánticos
con la paz y la concordia.
El tema ecológico protagonizó Coconut
Bombs de Chaveli Sifre, jocosa pieza que remite al deterioro de los
recursos naturales en función del turismo y la industria del consumo, y
Peregrinación, de José E. Yaque, video-instalación que focaliza nuestra
atención sobre los procesos contaminantes que afectan el entorno
citadino, y que está basada en el site specific homónimo ejecutado por
el mismo creador en las desembocaduras de los ríos Almendares y Quibú.
Por
su parte Guillermo Rodríguez, con Haz, y Javier Bosques, con Webs, se
apropiaron de recursos presentes en la naturaleza que modificaron e
insertaron en el espacio galerístico. El primero construye in situ otro
arcoíris, desplazando y reflejando sucesivamente un rayo de sol que
«toma» del exterior, mientras que el segundo recolecta telas de araña
que luego colorea y exhibe como si fuesen composiciones abstractas
(aunque, en mi opinión, y tras descontextualizarlos aun más, estos
«dibujos» remiten a estructuras urbanísticas vistas a vuelo de pájaro, o
a las redes comunicativas y afectivas que se establecen entre el hombre
y la naturaleza). Ambos trabajos pueden ser valorados como ejercicios
estéticos de marcado lirismo en los que el color, la textura de los
materiales y sus características físicas juegan un papel fundamental.
Asimismo,
el paisaje interior estuvo presente en la instalación de Juan Carlos
Rodríguez que forma parte de la serie El ser y el tiempo; en la
sugerente pieza Intimidad, donde Elizabeth Cerviño explora el silencio,
la espera, las ausencias y el diálogo gracias a la participación activa
(y voyeurista) del espectador; así como en La Maleza, proyecto del
camagüeyano Léster Álvarez que propone una suerte de topografía
intelectual, de geografía cognitiva, con reproducciones talladas en
madera que parecen valerse de grandes clásicos literarios.
Un
paisaje eidético, un paisaje provocador y contemporáneo; un paisaje
«otro», visto como un proceso intelectivo más que mimético, que se
reconfigura en cuanto experiencia artística, reflejo del mundo
circundante o construcción de nuevas realidades, al tiempo que acusa el
carácter artificioso del proceso creativo mediante el constante rejuego
entre referentes y significados. Para bien, el interés demostrado por
los especialistas del CDAV en visibilizar zonas reflexivas, inquietantes
y novedosas de la producción simbólica cubana más actual, ha ganado
cuerpo una vez más en esta muestra, encaminada a mostrar el lado más
conceptual de un género popular y de amplia tradición en la historia del
arte universal.
"Ver el otro paisaje"
por: Maikel José Rodríguez Calviño
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